La ruptura de Paganini.
Paganini inaugura la
imagen de un nuevo tipo de artista querido por el romanticismo, el virtuoso
compositor-intérprete que será la figura dominante de los mitos del siglo XIX.
Estos músicos de un nuevo cuño van a cambiar muchas cosas en el mundo de la
música. Intérpretes tanto como creadores, dominan las formas y las estructuras
manteniendo una relación privilegiada con la libre improvisación. (Se vive entonces la
moda de los popurrís.) Artistas en boga adulados, se convierten por la fuerza
de las circunstancias en grandes viajeros, embajadores de la música, tanto de
la suya como de la de los otros. Antes que Liszt o Thalberg, es Paganini quien
domina esta nueva generación. Schubert, Chopin y Schumann se cuentan entre sus
admiradores más célebres.
Paganini tiene
diecinueve años cuando compone sus 24
Caprichos en Génova en 1800. Para ser un ensayo, es un acto maestro: el
desarrollo sin precedente de la utilización de las dobles cuerdas, incluidos
los pasajes de virtuosismo, la ejecución sobre los intervalos de décima, la
utilización de armónicos artificiales deben considerarse, sino como
innovaciones técnicas, por lo menos como exploración exhaustiva de las
posibilidades del violín que Paganini fue el primero en llevar a buen término.
Si los pizzicatos de la mano izquierda que acompañan un canto con el arco no
son propiamente hablando una «invención» (esta técnica fue ya desarrollada por
Walther en su Hortulus Chelicus de
1688), Paganini sistematiza su uso en tempi muy rápidos. Un ejemplo entre
tantos otros, sacado de la novena variación del 24° capricho:
N. Paganini, Capricho núm. XXIV, variación 9 (con la
amable autorización de las ediciones Choudens, 38, rue Jean-Mermoz, 75008
París.
Su staccato fue asimismo uno de los grandes
motivos de admiración (caprichos 10 y 21), así como su saltato que utiliza el rebote natural del arco en abigarramiento
sobre las cuatro cuerdas (primer capricho). Los 24 Caprichos no han perdido nada, tal vez equivocadamente, de su
actualidad: aunque aún son la base de los conservatorios, siguen siendo a
menudo inaccesibles a muchos, y raros son los músicos que se arriesgan a
interpretarlos en público. Pero la posteridad es con frecuencia miope: ya no es
posible en el momento actual defender la idea de que Paganini fue un romántico
como Chopin y Schumann o «un virtuoso como Liszt» Esto equivale a equivocarse
tanto con respecto a Liszt como con relación a Paganini, que jamás brilló por
el genio de la composición. Sus partes de orquesta, ciertamente jubilosas y
formidablemente lúdicas, carecen, sin embargo, singularmente de densidad.
En cambio y como
hemos dicho, sus audaces técnicas abrieron caminos en los que se adentraron
compositores más prestigiosos. Pero, si hay que relacionar absolutamente a
Paganini con una tradición, hay que buscar por el lado de los barrocos
italianos, Vivaldi, Tartini y otros. Paganini no es el prefigurador de un
romanticismo llameante, sino más bien la encarnación del barroco en su
paroxismo, y se ganaría recordando esto en el momento de interpretar algunos
pasajes lentos de los Caprichos. Existe más de una afinidad estética entre
Vivaldi y Paganini, aunque sólo fuese su común predilección por la música
descriptiva; lo atestigua el 9° capricho llamado La caza.
Un Guarnerius de
leyenda (que puede admirarse todavía en el Ayuntamiento de Génova, con su copia
hecha por Vuillaume), una mitología sulfurosa, el nacimiento de un virtuosismo
prodigioso y algunas obras de segundo plano, con respecto a la historia, ¿son
suficientes para explicar la razón del interés que tributaron a Paganini unos
compositores más inspirados, desde Liszt a Brahms? ¿Y si, después de todo, el
virtuosismo tomado en sí mismo no fuese también
un valor musical? El caso de Paganini sigue turbando a quien quiere prestarle
atención. Tan poca emoción en tan gran cantidad de notas da que pensar; pero ¿cómo
negar que este alud de vaciedad conserve todavía, extrañamente, cierto poder de
fascinación?
El periodo romántico habrá
sido sumamente fecundo para nuestro instrumento. Más capaz que otros instrumentos
de expresar, incluso exagerar, la idea de lo emocional, de desenfreno
dionisíaco, se convierte entonces en un gran instrumento solista, en particular
con la orquesta. Algunas obras dominan el repertorio: el Concerto de Brahms,
seguramente uno de los más bellos y brillantes, así como el Doble
concertó con violonchelo. Sin embargo, hay que reconocer que muy pocos
conciertos alcanzan este equilibrio, pecando a menudo por exceso de virtuosismo
—el romanticismo es ciertamente el reino absoluto de la subjetividad— en
detrimento de la música (Lalo, Saint-Saëns), o no alcanzando la calidad de
escritura de obras similares para el violonchelo (pensemos en Schumann o en
Dvorák).
Es curioso comprobar
que este periodo de florecimiento del instrumento-solista deja la mejor música
en las sonatas y las formaciones de cámara (Beethoven, Schubert, Schumann). La
sonata de Franck ¿no es acaso una de las más grandes páginas románticas? Se podría
evidentemente matizar esta expresión y hablar, dado el caso, de «posromanticismo».
Pero el romanticismo es ciertamente más una actitud que un periodo estilístico.
Si te gustó la información aqui te compartimos los 24 Caprichos de Nicolo Paganini interpretados por el violinista libanés Ara Malikian:
Ara Malikian 24 Caprices Paganini
Si te gustó la información aqui te compartimos los 24 Caprichos de Nicolo Paganini interpretados por el violinista libanés Ara Malikian:
Ara Malikian 24 Caprices Paganini
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