domingo, 9 de noviembre de 2014

La ruptura de Paganini.



La ruptura de Paganini.

Paganini inaugura la imagen de un nuevo tipo de artista querido por el romanticismo, el virtuoso compositor-intérprete que será la figura dominante de los mitos del siglo XIX. Estos músicos de un nuevo cuño van a cambiar muchas cosas en el mundo de la música. Intérpretes tanto como creadores, dominan las formas y las estructuras manteniendo una relación privilegiada con la libre improvisación. (Se vive entonces la moda de los popurrís.) Artistas en boga adulados, se convierten por la fuerza de las circunstancias en grandes viajeros, embajadores de la música, tanto de la suya como de la de los otros. Antes que Liszt o Thalberg, es Paganini quien domina esta nueva generación. Schubert, Chopin y Schumann se cuentan entre sus admiradores más célebres.

Paganini tiene diecinueve años cuando compone sus 24 Caprichos en Génova en 1800. Para ser un ensayo, es un acto maestro: el desarrollo sin precedente de la utilización de las dobles cuerdas, incluidos los pasajes de virtuosismo, la ejecución sobre los intervalos de décima, la utilización de armónicos artificiales deben considerarse, sino como innovaciones técnicas, por lo menos como exploración exhaustiva de las posibilidades del violín que Paganini fue el primero en llevar a buen término. Si los pizzicatos de la mano izquierda que acompañan un canto con el arco no son propiamente hablando una «invención» (esta técnica fue ya desarrollada por Walther en su Hortulus Chelicus de 1688), Paganini sistematiza su uso en tempi muy rápidos. Un ejemplo entre tantos otros, sacado de la novena variación del 24° capricho: 

N. Paganini, Capricho núm. XXIV, variación 9 (con la amable autorización de las ediciones Choudens, 38, rue Jean-Mermoz, 75008 París.



Su staccato fue asimismo uno de los grandes motivos de admiración (caprichos 10 y 21), así como su saltato que utiliza el rebote natural del arco en abigarramiento sobre las cuatro cuerdas (primer capricho). Los 24 Caprichos no han perdido nada, tal vez equivocadamente, de su actualidad: aunque aún son la base de los conservatorios, siguen siendo a menudo inaccesibles a muchos, y raros son los músicos que se arriesgan a interpretarlos en público. Pero la posteridad es con frecuencia miope: ya no es posible en el momento actual defender la idea de que Paganini fue un romántico como Chopin y Schumann o «un virtuoso como Liszt» Esto equivale a equivocarse tanto con respecto a Liszt como con relación a Paganini, que jamás brilló por el genio de la composición. Sus partes de orquesta, ciertamente jubilosas y formidablemente lúdicas, carecen, sin embargo, singularmente de densidad.
 
En cambio y como hemos dicho, sus audaces técnicas abrieron caminos en los que se adentraron compositores más prestigiosos. Pero, si hay que relacionar absolutamente a Paganini con una tradición, hay que buscar por el lado de los barrocos italianos, Vivaldi, Tartini y otros. Paganini no es el prefigurador de un romanticismo llameante, sino más bien la encarnación del barroco en su paroxismo, y se ganaría recordando esto en el momento de interpretar algunos pasajes lentos de los Caprichos.  Existe más de una afinidad estética entre Vivaldi y Paganini, aunque sólo fuese su común predilección por la música descriptiva; lo atestigua el 9° capricho llamado  La caza.
 
Un Guarnerius de leyenda (que puede admirarse todavía en el Ayuntamiento de Génova, con su copia hecha por Vuillaume), una mitología sulfurosa, el nacimiento de un virtuosismo prodigioso y algunas obras de segundo plano, con respecto a la historia, ¿son suficientes para explicar la razón del interés que tributaron a Paganini unos compositores más inspirados, desde Liszt a Brahms? ¿Y si, después de todo, el virtuosismo tomado en sí mismo no fuese también un valor musical? El caso de Paganini sigue turbando a quien quiere prestarle atención. Tan poca emoción en tan gran cantidad de notas da que pensar; pero ¿cómo negar que este alud de vaciedad conserve todavía, extrañamente, cierto poder de fascinación?

El periodo romántico habrá sido sumamente fecundo para nuestro instrumento. Más capaz que otros instrumentos de expresar, incluso exagerar, la idea de lo emocional, de desenfreno dionisíaco, se convierte entonces en un gran instrumento solista, en particular con la orquesta. Algunas obras dominan el repertorio: el Concerto  de Brahms, seguramente uno de los más bellos y brillantes, así como el  Doble concertó con violonchelo. Sin embargo, hay que reconocer que muy pocos conciertos alcanzan este equilibrio, pecando a menudo por exceso de virtuosismo —el romanticismo es ciertamente el reino absoluto de la subjetividad— en detrimento de la música (Lalo, Saint-Saëns), o no alcanzando la calidad de escritura de obras similares para el violonchelo (pensemos en Schumann o en Dvorák).

Es curioso comprobar que este periodo de florecimiento del instrumento-solista deja la mejor música en las sonatas y las formaciones de cámara (Beethoven, Schubert, Schumann). La sonata de Franck ¿no es acaso una de las más grandes páginas románticas? Se podría evidentemente matizar esta expresión y hablar, dado el caso, de «posromanticismo». Pero el romanticismo es ciertamente más una actitud que un periodo estilístico.

Si te gustó la información aqui te compartimos los 24 Caprichos de Nicolo Paganini interpretados por el violinista libanés Ara Malikian: 
Ara Malikian 24 Caprices Paganini 


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