viernes, 14 de noviembre de 2014

La mejor edad para aprender violín



DE GATOS TUERTOS A VIRTUOSOS VIOLINISTAS

Manuel Suárez Ángeles

Platón sostenía que, de todas, «la música es la herramienta más eficaz para la educación». Más de un pedagogo decimonónico habrá hecho suya esta sentencia como un aval de sus preceptos, utilizando oportunamente el peso que le confiere el renombre del mentado filósofo griego. Y más de un moderno pedagogo de la música sigue recurriendo a justificaciones románticas. Un niño expuesto a la música desde temprana edad, resulta mejor educado que el que no gozó de esta suerte. Exponiendo a nuestros hijos a las artes desde temprana edad, dice, contribuimos a sensibilizar y elevar su espíritu. Tenemos una responsabilidad ética, sentencia, de educarlos dentro de las artes para hacer de ellos mejores personas.

Parece que nuestro pedagogo requiere de un esfuerzo extraordinario para justificar la permanencia de la cultura en nuestras escuelas y arrastra, para ello, al irrefutable Platón hasta nuestros días. En contraste con él, tenemos al administrador de la «educación para la modernidad», quien acusa la inclusión de las artes en la escuela como un intento caro, injustificable y prescindible en última instancia. A la hora de los recortes presupuestales y reajustes programáticos, son siempre las artes las primeras en ser sacrificadas.

¿Quién habría de pensar que los más recientes descubrimientos internacionales en el terreno de la neurobiología avalan y dan una base científica a lo dicho por Platón y que su famosa sentencia, en su momento obtenida por la observación empírica, pasa ahora de ser una frase «conveniente» a una afirmación científicamente demostrable, que nos obligará a reformular prioridades en la pedagogía y a transformar nuestros sistemas de enseñanza?

En la Universidad de California (Irvine) Gordon Shaw y Frances Rauscher expusieron a 19 niños en edad preescolar a clases de piano y canto. Comparándolos después de ocho meses con otro grupo piloto de niños no expuestos a la música, concluyeron que la capacidad de raciocinio espacial, medida en su habilidad para resolver laberintos, dibujar figuras geométricas y copiar patrones con cubos bicolores era, con un impresionante 80% «dramáticamente superior» en los primeros. La hipótesis que explica esta observación sugiere que dichos niños, al escuchar música, desarrollaron circuitos neuronales específicos en su corteza cerebral que son parcialmente los mismos que se requieren para la comprensión matemática.

Apenas hace algunos meses, utilizando tecnología de resonancia magnética, investigadores de la Universidad de Konstanz (Alemania), compararon los circuitos neuronales correspondientes a los dedos de la mano izquierda en músicos que ejecutan instrumentos de cuerda con los circuitos correspondientes en individuos que no son músicos. El tejido somato sensorial especificado en la corteza cerebral resultó ser significativamente mayor en los músicos. Llegaron, además, a otras dos conclusiones:

1. En el grupo de músicos analizados no era relevante la cantidad de tiempo de estudio invertido en su instrumento, sino la edad en la cual se inició su estudio. El desarrollo del tejido somato sensorial correspondiente a los dedos de la mano izquierda era tanto mayor, cuanto más temprana fuera su edad al iniciar sus estudios musicales.

2. Los tejidos formados a edad temprana son permanentes, aun cuando se interrumpa por indefinido el estudio de un instrumento musical. Esto significa que es posible retomar un instrumento después de la infancia con relativa facilidad, si dichos tejidos existen ya desarrollados en la corteza. El aprendizaje de un instrumento por un adulto es mucho más difícil, si no se formaron dichos tejidos cerebrales en la infancia.


Por experiencia, todos los músicos sabemos que es conveniente empezar el estudio de un instrumento musical a temprana edad, si queremos llegar lejos. Es lugar común que un solista reconocido haya iniciado sus estudios siendo muy joven. Contrariamente, no conozco ejemplos de instrumentistas famosos que se hayan iniciado en la música siendo ya adultos. La importancia de iniciarse en un instrumento a temprana edad generalmente la hemos atribuido a la dificultad de los instrumentos, los de cuerda en lo particular. Dado que el aprendizaje de un instrumento requiere de tantos años, se dice, es mejor iniciar su estudio cuanto antes. Pero los nuevos descubrimientos de la neurobiología nos dan una explicación distinta y de consecuencias dramáticas, como se verá más adelante.

Hace ya más de 20 años, los científicos Wiesel y Hubel realizaron un experimento relativamente simple con un gato recién nacido. Cerraron uno de sus ojos durante un largo periodo y observaron que, a diferencia del ojo abierto, muy pocas neuronas del ojo cerrado establecían conexiones con los tejidos correspondientes en la corteza cerebral, proceso necesario para desarrollar la vista. Al descoser el ojo cerrado, y a pesar de estar médicamente sano, éste quedó ciego en forma permanente. Un gato adulto, sometido a la misma prueba, recuperó la vista inmediatamente en cuanto abrieron su ojo, dado que las conexiones neuronales hacia el cerebro, necesarias para poder ver, ya existían. Esto significa que las neuronas de los órganos sensoriales solo pueden «funcionalizarse» estableciendo conexiones en la corteza cerebral durante lapsos específicos y de duración limitada. En el caso de la retina, los circuitos que vinculan las neuronas con el córtex visual se desarrollan a muy temprana edad. Una vez pasado el tiempo en el cual el córtex visual es aún maleable, ya no se puede desarrollar la vista. Así, un bebé que nace con cataratas y no es operado sino hasta los dos años de edad, está condenado a la ceguera permanente.

Últimamente se han hecho avances considerables en el descubrimiento y la medición de estas «ventanas» de interconexión neuronal y desarrollo de tejido cerebral específico. Pero dichos descubrimientos son francamente inquietantes, dado que contradicen radicalmente los criterios que hemos utilizado hasta ahora en el diseño curricular en la enseñanza.

La ventana de aprendizaje de un segundo idioma, por ejemplo, va desde el nacimiento hasta los diez años. Desde el primer día de vida en el bebé, las neuronas inician el proceso de conexión neuronal escuchando y fijando, por medio de un proceso de impulsos eléctricos y químicos del sistema nervioso, los sonidos presentes en los fonemas del idioma. Ello explica, entre otras cosas, que los niños que escuchan varios idiomas desde pequeños, desarrollan la habilidad de hablarlos sin acento, mientras que los adultos que inician el aprendizaje de otro idioma, por lo general lo hacen con acento, dado que en su infancia el cerebro no procesó en su corteza los fonemas específicos del segundo idioma. Los japoneses, que no escucharon el sonido correspondiente a la «r» en su infancia, dado que no forma parte de su idioma, raramente logran aprenderlo y pronunciarlo cuando son adultos. A los 10 años de edad se cierra en el cerebro la ventana de aprendizaje de un segundo idioma y a partir de entonces dicho aprendizaje se vuelve muchísimo más difícil. Paradójicamente, en nuestro sistema escolar la enseñanza de un segundo idioma no se inicia oficialmente sino hasta el 4º año de primaria -y eso, en algún tipo específico de planteles escolares-, cuando los niños tienen 9 o 10 años, y es ya prácticamente demasiado tarde. La consecuencia dolorosamente tangible es el fracaso casi total de la enseñanza de un segundo idioma en las escuelas oficiales del país y una población esencialmente mono lingüista.

Valga mencionar, de paso, algunas otras ventanas, aún sin entrar en la discusión detallada de las consecuencias que tienen para la enseñanza:


  • ·       Desarrollo motriz - Prenatal hasta 5º año
  • ·       Visión - Nacimiento hasta 1er año
  • ·       Vocabulario - Nacimiento hasta 3er año
  • ·       Segundo idioma - Nacimiento hasta 10º año
  • ·       Música - 3er año hasta 10º año
  • ·       Matemáticas y pensamiento lógico - Nacimiento hasta 4º año

Llama la atención lo corto que es el plazo que tenemos para sensibilizar a nuestros hijos en estos aspectos del desarrollo y la edad tan temprana en la que tenemos que iniciar esta sensibilización.

Por supuesto, lo que a nosotros interesa en lo particular, es la ventana de oportunidades para la música, particularmente en estos tiempos, en los que las instituciones profesionales de música revisan la edad límite de ingreso para los alumnos que pretenden seguir una carrera instrumental.

De los experimentos mencionados concluimos que es imperativo exponer a nuestra infancia a la música, escuchándola y practicándola en forma de canto y ritmo desde los primeros años de vida. En cuanto el desarrollo del organismo de un niño lo permita, se nos sugiere iniciarlo en uno o varios instrumentos. Todo esto, por supuesto, antes de los 10 años de edad. Quedarán, así, sentadas las bases de sensibilización auditiva, analítica y motriz a nivel de desarrollo de tejidos neuronales específicos en la corteza cerebral, que permitan un desarrollo musical ulterior más prometedor.

La experiencia de Europa -en donde la iniciación temprana a la música forma parte tradicional de la educación en hogar y escuela- y de ciertos países de Oriente como Japón, Corea y China -los cuales están inundando el mundo con una marea de precoces solistas de extraordinario nivel, gracias a la introducción de métodos de enseñanza musical específicos para niños en sus países- corrobora en la práctica la certeza de lo que ahora los neurobiólogos nos explican a nivel científico.
Tenemos, pues, la obligación de volver los ojos hacia nuestro propio país y evaluar comparativamente, a la luz de dichos descubrimientos y de la experiencias en otros países, lo que estamos haciendo.

En nuestras escuelas de música enfrentamos problemas importantes que requieren de revisiones decididas y valientes. Realizar un ciclo de mesas redondas para el análisis estructurado y fundamentado del problema de la deserción en las escuelas de música podría ser un primer paso para enfrentar nuestra problemática.

Fuente Conservatorio Nacional de México.

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