Sinfonía
La
sinfonía se ciñe en mayor o menor grado a las particularidades de una sonata. (Del griego, syn, ‘juntos’,
y phone, ‘sonido’), en música, es una composición orquestal que suele
constar de cuatro secciones contrastantes llamadas movimientos y, en algunas
ocasiones, tiempos. La denominación se aplicó por primera vez en el siglo XVI a
los interludios instrumentales de formas como la cantata, la ópera y el
oratorio. Un ejemplo notable es la ‘Sinfonía pastoral’ del oratorio El
Mesías (1742) de Georg Friedrich Händel. La sinfonía en su sentido moderno
surge a comienzos del siglo XVIII.
Hacia 1700 se estableció
el modelo de las oberturas en la ópera italiana (llamadas sinfonías). Se
componían de tres movimientos (rápido-lento-rápido); el último acostumbraba a
ser un minué. No estaban relacionadas en cuanto al material musical con la
ópera a la que servían como introducción. Se interpretaban con frecuencia como
obras de concierto. Compositores como Tommaso Albinoni, Giovanni Battista
Sammartini y Antonio Vivaldi empezaron a componer sinfonías independientes con
la misma estructura. Como las sinfonías utilizaron muy pronto la forma sonata
en su primer movimiento y, a menudo, en otros también, los precursores de la
sonata destacan también en el desarrollo de la sinfonía. Una tercera influencia
importante procede de los intermezzi napolitanos, pequeñas óperas
cómicas donde, para favorecer la comprensión del texto, las melodías se
construían combinando motivos cortos y claros que apoyaban la melodía con
armonías sencillas (en oposición a los acompañamientos elaborados y
armónicamente complejos, habituales en la música anterior a ésta). Este
desarrollo proporcionó al compositor nuevo material para volver a combinar,
rearmonizar y desarrollar dentro de la forma sonata.
Hacia el año 1740 la sinfonía
se había convertido en el principal género de la música orquestal. En Mannheim,
bajo la inspiración del elector Karl Theodor, así como en Berlín y Viena,
habían surgido importantes centros de composición. El bohemio Johann Stamitz
elevó a la orquesta de Mannheim al nivel de gran conjunto de fama internacional
por su brillantez y utilizó sus recursos en todas sus sinfonías. Fue uno de los
primeros en agregar un cuarto movimiento, un finale rápido, que seguía
al minué. En su forma sonata, los segundos temas buscaban generalmente el
contraste con los primeros.
En Berlín, los compositores
Johann Gottlieb Graun y Carl Philipp Emanuel Bach (hijo de Johann Sebastian
Bach) escribieron sinfonías de tres movimientos con escaso contraste temático,
pero en las que enfatizaban el desarrollo de la expresión emocional.
En Viena predominaron
las sinfonías en cuatro movimientos; el primero era el de mayor importancia.
Los instrumentos de viento se utilizaron con profusión y se puso especial
cuidado en la integración melódica. Así, la transición entre temas podía
hacerse mediante motivos cortos desde el tema principal. Entre los compositores
vieneses son importantes Georg Matthias Monn y Georg Christoph Wagenseil.
También fue influyente Johann Christian Bach, hijo de J. S. Bach, que estudió
en Italia y trabajó en Londres. Sus sinfonías están llenas de la gracia de la
melodía italiana.
El compositor austriaco
Franz Joseph Haydn, el primero de los grandes sinfonistas vieneses, experimentó
continuamente con nuevos recursos y técnicas en la composición orquestal. Es
autor de 107 sinfonías en las que alargó y amplió la forma sinfónica.
Introducciones lentas preceden frecuentemente a los primeros movimientos, los
movimientos con forma sonata evitan el contraste temático, y los finales, con
forma sonata o rondó, tienen un vigor y gravedad desconocidos en las obras de
los compositores anteriores. Utilizó a menudo el contrapunto (entretejer líneas
melódicas), integrándolo en el estilo sinfónico. Estos rasgos característicos
predominaron igual en las sinfonías conocidas por alguna peculiaridad, tal como
la salida gradual de los músicos en la Sinfonía de los Adioses (sinfonía
nº 45, 1772).
Haydn y su más joven amigo
Wolfgang Amadeus Mozart se influyeron recíprocamente en la técnica sinfónica.
Mozart, uno de los más grandes maestros del género, desplegó en sus 41
sinfonías una riqueza imaginativa no superada. Entre las más famosas destacan la Linz (nº 36, 1783), Praga
(nº 38, 1786) y Haffner (nº 35, 1782). Sus tres últimas, en si bemol
mayor, sol menor y do mayor, y Júpiter—todas de 1788—, elevaron la
sinfonía hasta convertirla en un vehículo de profunda expresividad.
Ludwig
van Beethoven compuso 9 sinfonías en las que la forma sinfónica alcanza su
perfección y transmite una amplia gama de matices expresivos y emocionales.
Esta posibilidad se presenta en un importante grado en las dos primeras
sinfonías de Beethoven, pero llega a ser especialmente significativa en su Tercera
sinfonía en si bemol mayor (1805), conocida como Sinfonía Heroica,
que consta de un extenso primer movimiento lleno de energía creativa, un
profundo movimiento lento con forma de marcha fúnebre, un scherzo
exaltado y un finale en forma de tema con variaciones. En la Quinta sinfonía
en do menor (1808) Beethoven introdujo un motivo rítmico y melódico de
cuatro notas que unifica las diferentes secciones contrastantes de la obra. La Sexta sinfonía en
fa mayor (1808), conocida como Pastoral, describe las emociones que
se despiertan en el compositor al recordar escenas campestres. En ella utiliza
algunas de las técnicas de lo que será la música programática, contando una
historia sencilla e imitando el canto de los pájaros y los truenos. La Novena sinfonía
en re menor (1824), considerada una de las más importantes obras del
compositor, finaliza con un movimiento coral basado en el poema An die
Freude (Oda a la alegría) del poeta alemán Friedrich von Schiller.
El nacimiento del romanticismo
musical trajo dos tendencias opuestas en la composición sinfónica: la
incorporación de elementos de la música programática y la confluencia de
ideales de la forma clásica, con melodías y armonías típicas del siglo XIX.
Representando la primera
tendencia aparecen el compositor francés Hector Berlioz y el húngaro Franz
Liszt. Sus sinfonías tienen programas escritos y comparten elementos del
llamado poema sinfónico.
El austriaco Franz
Schubert, en cambio, fue esencialmente clásico en su acercamiento a la música
sinfónica. Sus melodías y armonías son románticas sin paliativos. Sus sinfonías
más famosas son la Incompleta
(nº 8, 1822) y la Grande
(nº 9, 1828). Las composiciones de los alemanes Felix Mendelssohn y Robert
Schumann despliegan la rica armonía característica del romanticismo. Las
sinfonías más famosas de Mendelssohn —la Escocesa (nº 3, 1842), Italiana (nº
4, 1833) y La Reforma
(nº 5, 1841)— contienen elementos de la música programática que están sugeridos
en sus títulos. Las sinfonías de Schumann, incluyen la llamada Primavera
(nº 1, 1841) y la Renana
(nº 3, 1850), tienen una mayor libertad estructural y abundante sentido
melódico. La síntesis más conseguida entre la sinfonía clásica y el estilo
romántico la encontramos en las 4 sinfonías de Johannes Brahms. El compositor
ruso Piotr Ilich Chaikovski escribió 6 sinfonías, de espíritu programático, que
combinan una intensa emotividad con rasgos del folclore ruso, especialmente en
las tres últimas, con un desarrollo musical bien planteado. Los austriacos
Anton Bruckner y Gustav Mahler fueron influidos en gran medida por los dramas
musicales del alemán Richard Wagner. En sus 9 sinfonías Bruckner utiliza voluminosas
sonoridades con toda la orquesta. Consigue dar unidad gracias a la constante
repetición de motivos rítmicos y melódicos. Mahler amplió la extensión de la
sinfonía y alteró frecuentemente su forma con largos pasajes vocales. Las dos
sinfonías de Edward Elgar (1908 y 1911) resumen su particular
tardorromanticismo sintetizando las influencias de Brahms y de Wagner. Una
enorme energía se complementa con grandeza y nostálgico sentimiento por una
época que finaliza. Antonín Dvorák, compositor checo, destaca por su destreza
en el uso de temas populares, como en la Sinfonía del nuevo mundo (nº 9,
1893). Otras obras destacadas son las de los compositores franceses Vincent
d’Indy y Camille Saint-Saëns, y las de los rusos Alexandr Borodín y Nicolái
Rimski-Kórsakov. La Sinfonía
en re menor del músico franco-belga César Franck ejemplifica la tendencia a
la estructura cíclica en el siglo XIX: la conexión de diferentes movimientos
por medio de motivos o temas recurrentes.
Durante el siglo XX varios
compositores, como el estadounidense Charles Ives y el danés Carl Nielsen,
acogieron la forma sinfónica con una visión personal e innovadora. El finés
Jean Sibelius infundió nuevo vigor a la sinfonía moviéndose en sentido opuesto
al de Mahler al comprimir el material temático y su desarrollo del mismo,
cambiar la estructura de cuatro movimientos en tres en su Quinta sinfonía
(1919) y excepcionalmente en un único movimiento en la Séptima sinfonía
(1924). El inglés Ralph Vaughan Williams continuó en sus 9 sinfonías la
tradición de Dvorak al emplear un estilo nacional característico, derivado del
lenguaje de la música folclórica, particularmente en la Sinfonía
pastoral (nº 3, 1921) y en la
Quinta sinfonía (1943). Otros, seguidores del
ideario del neoclasicismo, adaptaron la forma para incluirla en las tendencias
del siglo XX en armonía, ritmo y textura. Destacan la Sinfonía
clásica (nº 1, 1916-1917) del ruso Serguéi Prokófiev y las del también ruso
Ígor Stravinski, así como las de los estadounidenses Aaron Copland, Roy Harris,
Walter Piston y Roger Sessions. El impresionismo sinfónico está representado
por las cuatro sinfonías del francés Albert Roussel. El austriaco Anton von
Webern utilizó el sistema dodecafónico para componer la breve Sinfonía opus
21 (1928) que dura unos 11 minutos. Como la Kammersynphonie
(Sinfonía de cámara) de su compatriota Arnold Schönberg, estas obras
ilustran la tendencias de este siglo hacia la concisión y la economía formal y
de medios. Las obras del ruso Serguéi Rajmáninov son formalmente románticas y
tradicionales. Las del soviético Dmitri Shostakóvich son más densas y, en
ocasiones, programáticas, con lo que se continúa la tradición de Mahler de
hacer de la sinfonía una expresión de la íntima agitación psicológica del
compositor. En el periodo de posguerra muchos compositores han visto en este
género, como en épocas anteriores, un vehículo para la expresión de sus más
sentimientos y creencias, aunque las líneas generales de la forma sinfónica que
han utilizado sean tan variadas como las que hubo a comienzos del siglo XVIII.
Cada una de las 4 sinfonías de Michael Tippett (1945, 1958, 1972 y 1977)
reflejan un periodo diferente de su evolución estilística a lo largo de líneas
estructurales bastante tradicionales, mientras que la Sinfonía Turangalîla
(1948) de Olivier Messiaen es una gran suite en diez movimientos que giran
alrededor de unos pocos temas centrales. Peter Maxwell Davies, después de
componer obras innovadoras en la década de 1960, volvió a la sinfonía a
mediados de la década siguiente. Ha escrito 5 hasta el momento. En ellas se
encuentra, entre otros rasgos, la influencia de Sibelius. La idea de la
sinfonía continúa inspirando a los compositores, aunque sus formas cambian
continuamente.
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