La
escuela italiana desde los siglos XVII y XVIII (primera parte)
Tanto si se trata de
la factura instrumental como de la literatura musical, puede considerarse a
Italia la verdadera cuna del violín. Al mismo tiempo que allí evolucionaba el
instrumento para encontrar su forma definitiva, los primeros compositores que
le dieron sus cartas de nobleza eran asimismo violinistas. Pero para comprender
en qué ha dejado esa época riquísima un sello indeleble en la historia del
instrumento, conviene situarse en el contexto de la época, de un periodo en el
que la creación musical estaba aún dominada por la voz y, en menor medida, por
los instrumentos de teclado, que todavía no desempeñaban más que un papel de
acompañamiento, incluso para hacer resaltar, tan sencilla seguía siendo la
textura armónica de las partes que se le confiaban. Armonización, contrapunto,
instrumentación, contracantos…, todo esto respondía a una lógica de la forma
que tenía más de costumbre, de destreza, que de imaginación creadora. En cuanto
a la melodía, no se le concebía como separada de su soporte predilecto, la
vocalidad. Entre los laudes y los instrumentos de teclado, es difícil imaginar
la aparición de un instrumento polifónico que no fuese la voz. En este sentido
puede decirse que el reino del violín se establecerá contra los instrumentos de
cuerda polifónicos, en particular el laúd, del que sonará el toque fúnebre, y
por consiguiente contra aquellas disposiciones estéticas que dejaban a las
cuerdas sólo un papel secundario.
Asistimos pues en el
curso del siglo XVI, a una evolución de la sintaxis musical: cada vez más, una
parte instrumental aparte entera viene a sostener, incluso a doblar, la voz
principal, sacando así el instrumento de su función primera, el acompañamiento.
El desarrollo de esta emancipación instrumental dará a los conjuntos de
instrumentos una cohesión hecha de diferencias que prefigurará las pequeñas
formaciones orquestales que florecerán en el siglo XVIII. El siglo XVII
conocerá un alejamiento progresivo de las formas vocales, en provecho del
instrumento, que adquiere un valor musical en sí mismo; la parte superior de
las composiciones, que antes doblaba la voz, se vuelve predominante, es la que
ahora se denomina el cantus. Sólo
hace falta dar un paso para hacer de este cantus
una voz principal, para más tarde confiar esa voz a un instrumento particular.
El mundo italiano empieza a salir del sombrío misticismo medieval en el que se
había sumido. Empieza una nueva época, que verá agrietarse el universo
religioso en provecho de una estética del placer —de los placeres— de la que la
música será la primera víctima voluntaria. Una música que quiere sugerir,
alegrarse, que poco a poco va a adornándose y se aleja insensiblemente de la
Iglesia y de la severidad del coral. Si añadimos a esto el gusto italianísimo
por lo ligero, lo lúdico, el color, se comprende en qué contexto cultural y
humano va a desarrollarse el arte instrumental que consagrará el violín como
instrumento-rey. Todo esto contribuye al desarrollo del virtuosismo, de la
ornamentación, de la unión de timbres, y como, por otra parte, las reglas de la
simetría musical no se han fijado aún, el yugo tonal todavía no se ha
establecido claramente, es una época de gran libertad en que las formas musicales
mismas se buscan, entre las reminiscencias de la música de la iglesia y la
tradición popular de los aires para bailar. Desde finales del siglo XVI,
asistiremos a un fuerte impulso de la música profana instrumental que
encontrará una patria predilecta en Brescia de la que se sabe lo que le debe la
historia de la violería.
En la misma época se
publican las primeras Canzoni da sonari,
cuyo solo título manifiesta la voluntad de escribir música puramente
instrumental, incluso si la forma sigue aún muy próxima a la de las obras a
cuatro voces. Con este espíritu. Venecia ve nacer el madrigal para voz e
instrumento y luego las obras de los hermanos Gabrieli, en las que la parte de
violín es realmente independiente. En 1585, Bassano escribirá partes de violín
más melódicas todavía. Pero el verdadero choque, la auténtica ruptura, se
produce en la obertura del Orpheo de
Monteverdi, representada en Mantua en 1607 y publicada en Venecia en 1609.
Aqui puedes ver la obra completa: Orfeo Monteverdi
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Tienes algo que comentar? Te invitamos a hacerlo
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.