miércoles, 27 de julio de 2016

Historia del violín: La escuela italiana siglos XVII y XVIII (5ta parte)




Si Corelli invento el concierto, Vivaldi le dio plenamente todas sus cartas y de nobleza. En su abundante producción, las sonatas ocupan un lugar más modesto  y son en su mayor parte obras de juventud. Si conoció una inmensa fama en vida, Vivaldi cayó también en un olvido inexplicable del que no había de salir hasta el siglo XIX, merced al redescubrimiento de Bach, cuando los musicólogos se dieron cuenta de que un gran número de sus manuscritos se referían a obras de Vivaldi que él había repensado hasta recrearlas por completo o, al revés, que había retranscrito escrupulosamente. 

Es preciso recordar que Bach, incluso en las obras que no deben nada a sus predecesores, se inspiró ampliamente en la forma italiana antigua y en temas de Vivaldi o de Albinoni. Pero habrá que esperar todavía a 1930 para que se rescaten del olvido, gracias a dos donaciones de la biblioteca de Turin, las tres cuartas partes de la obra de Vivaldi. Y sobre todo su música vocal sacra y profana, hasta entonces mal conocida.

Sin ser, como hemos dicho, el inventor del concierto, fue sin duda el que hizo evolucionar la forma de una manera decisiva, imponiéndola como un modelo determinante en la continuación de la historia de la música, Afirmando el principio de la construcción allegro-adagio-allegro, presintiendo la forma rondó del movimiento final, enriqueciendo la orquestación por vientos que ya no se contentan con doblar las cuerdas y sobre todo confiriendo a la parte solista un carácter automáticamente dramático hecho de contrastes y de claroscuros, no prefigura solamente las inquietudes de Sturm und Drang y los tormentos del romanticismo, sino que realiza la síntesis entre la música de escena y la música de cámara, entre la riqueza del melisma y el rigor de la música instrumental.


Incluso si algunas de sus páginas pueden parecernos hoy de conmovedora ingenuidad –las archí clásicas Cuatro Estaciones no han contribuido ciertamente a su prestigio-, no obstante, sigue siendo el precursor de una muisca de programa que Beethoven ilustrará magistralmente con su sinfonía llamada Pastorale.