Citemos también en el número
de los violinistas que desde fines del siglo XVII se erigieron en precursores
de la técnica moderna, a Francesco Geminiani, que sigue siendo célebre por su
importante método de violín aparecido en 1751, aunque algunas fuentes hablan de
una primera aparición en 1740. Afincado en Inglaterra, donde sus obras se
publicarán con regularidad, se le consideró como un virtuoso brillante, un
tanto diabólico, y compuso páginas en las que se dice que se encuentra cierta
riqueza armónica que contrastaba con la música inglesa de la época. En su
método, expone por primera vez y con detalle los preceptos técnicos heredados
de Corelli: gran flexibilidad de la muñeca y del antebrazo derecho, utilización
para una misma nota de cuerdas y de digitados diferentes, con objeto de
diversificar los matices de timbres, exploración exhaustiva de las siete
posiciones de la mano izquierda. Aborda así mismo los problemas de
interpretación con una pertinencia bastante convincente para que uno este
persuadido de que no fue solamente un explorador. Pero en un tiempo en que la
técnica se desarrolla a una velocidad prodigiosa, la exigencia musical de un Geminiani
resulta una excepción: en un momento u otro, todos los compositores italianos
se dejan embriagar por el vértigo del virtuosismo, olvidando a veces que la
evolución del lenguaje musical no podría reducirse a una simple compilación de
escalas, de arpegios, de terceras quebradas o de otras fórmulas acrobáticas.
Perfecto ejemplo de la dificultad de «manejar» un virtuosismo atrayente por ser
nuevo, Pietro Locatelli (1693-1764) encarna también esa tendencia técnica del
legado de Corelli de quien él fue discípulo. Si retenemos de sus caprichos para
violín sólo una indiscutible ampliación de la técnica, nos adheriremos más a
sus sonatas del opus 6 y a sus concerti grossi donde la expresión artística es
mucho más evidente.